El viaje en bus no fue más que una de las estaciones de mi encuentro con la bella durmiente. Yo era un muchachito que creía ser más grande de lo que era, ahora lo veo, también estampado en algunas fotografías y creo que ya no será un adulto.
A Cartagena llegamos de noche, luego de 24 horas de viaje. El mar estaba negro, y solo veíamos la espuma blanca que llegaba a la playa; nunca he sentido una presencia tan inmensa frente a mí.
En nuestra estancia cruzamos algunas palabras que nos sirvieron para conocer apenas el timbre de voz de uno y otro. Recuerdo cuando apareció en aquella playa lista para tomar un baño en el mar y yo y los muchachos que me acompañaban no pudimos dejar de sorprendernos por su bonito cuerpo, esas piernas largas, sus senos como replicas exactas de goticas de agua, sus clavículas pronunciadas. No sé de dónde viene mi gusto por las clavículas de las mujeres, Vinicius de Moraes en “Receta de mujer” habla de ellas, pero no creo que su intercesión documental sea una razón suficiente.
Allí la invité a una fiesta que habría en la noche, sin embargo no sucedió el encuentro. El viaje terminó en lo que respecta a lo sucedido con ella y conmigo y por mucho tiempo no volví a hablarle, a excepción de unos encuentros esporádicos en la calle donde ella no se percató de mi presencia.
El día en que nos volvimos a ver ocurrió en la Biblioteca pública municipal, un lugar que yo visitaba a menudo. Estaba sentada en una de las mesas, muy concentrada. Sin embargo no quise saludarla, no sabría cómo hacerlo. Pensé en varias alternativas para llamar su atención pero permanecía casi inmóvil en su lugar. Fue entonces cuando se me ocurrió sacar una copia del cuento “El avión de la bella durmiente”, donde un hombre casualmente viaja al lado de una mujer hermosa que no traba con él ningún tipo de charla o contacto durante todo el vuelo, sólo su presencia magnífica haciéndolo inexistente, como podría pasar por ejemplo con la vastedad de un mar negro, profundo, poderoso, frente a nosotros, que no nos reconoce pero que nos llena el pecho con su belleza.
Escribí en la copia, ahora no lo recuerdo exactamente, -Esto es lo que siento cuando estoy cerca de usted, esto es lo que me produce- y se lo entregué, vacilante, ella entonces alzó su mirada hacía mí, leyó el titulo del cuento y me dijo: -¡Ahh sí, ya me lo leí!- Es entonces cuando sonrío y me despido de ella, aunque no para siempre como sucede en el cuento de García Márquez.
Hoy sigo viendo a la bella durmiente de vez en cuando, somos amigos incluso, pero su presencia continúa siendo para mí un vasto y hermoso mar en una noche de viento cartagenera, en el que no puedo sumergirme.
Daimer Alonso Montoya G.